miércoles, 3 de julio de 2013

Los apodos de San Anselmo (por Indio Vázquez)

El listado de apodos de los jugadores del Club San Anselmo era variopinto. 
Había apodos relacionados con el origen de los apellidos o el lugar de procedencia de los jugadores como los casos del Tano Cardaccia, el Gallego Pérez, el Turco Salib, el Escocés Flean, el Polaco Tomasewski, el Tucu Julianes, el Pampa Martínez, Formosa Llerena, el Chango López, el Alemán Schmidt, el Inglés Neville, el Irlandés O’Malley  y el Yorugua Balizotti. 

Otros definían los rasgos físicos de sus portadores como con el Narigón Corghello, el Cabezón Laiana, el Enano Gorostiza, el Gordo Tronardo o el Flaco Farías.

Había algunos que de tan convencionales se repetían y se usaban siempre acompañados del apellido, como el Negro Corbalán, el Negro Iglesias, el Chino Garmiello, el Chino Plotter, el Indio Linquitreo o el Indio Vázquez. 

Estaban los que identificaban animales como el Oso Galfredonia, el Tiburón Guzmán, la Ardilla Campodónico, el Perro Lewis, el Toro Carter, la Rana Arducci o el Mamut Cortesano. 

Otra línea era la relacionada con los nombres, los que técnicamente se denominan hipocorísticos aunque a nadie se le ocurriría preguntarle a un tipo que, en el vestuario, después de entrenar, todo embarrado y transpirado está a punto de ir a las duchas, con el toallón atado a la cintura, cuál es su hipocorístico. El asunto es que los hipocorísticos eran numerosos: Pancho Magazzi, Tavo O’Miry, Lucho Gutierrez, Leo Webert, , Ale Fernandez, Tito González Peña, Fede Leslie, Willie Gavins, Bauti Lergorás, Edu Johnston, Juampi Bristelli y Rami Burbán. 

Una minoría eran los apodos que identificaban a los jugadores con su profesión como el Cuervo Pezzutti, el Tordo Dimanello y el Milico Hopkins.  

También existían los que no tenían explicación. Surgían por generación espontánea, de una combinación de sílabas, o de una deformación que originalmente pudo haber tenido sentido. En este grupo estaban el Zita Candelía, Chofi Laugier, Tama Sorvini, el Tisca Ayala, Tucky Olivia, Gerson Ruiz, la Zazaza Roldán, el Feco Lonardi, Cambú Pereyra, el Galpi Ferrero, Tuchiba Díaz o los hermanos Chori y Jerulai Vázquez Santirso.

Los más arrogantes, por el hecho de inferir cualidades para el deporte, eran el Titán McGregor, el Rayo Bombicini, el Asesino Dieguez, el Tackle Merter, el Goruta Sanabria, el Yeti Lopez Taboada, el Tanque Di Gregorio, la Mole Salonga y el Fiero Fernandez. En este grupo, muy creído de sí mismo, calzaba T-Rex Hastings.
Pero los mejores eran indudablemente los que tenían detrás una historia que los respaldaba.
Joaquín se había reído a carcajadas en la cena del jueves, posterior al entrenamiento, cuando entre T-Rex Hastings y el Enano Gorostiza le habían contado las anécdotas que dieron origen a algunos de los apodos más creativos de San Anselmo.

Uno de los pilares del equipo de veteranos, pelirrojo de barba crecida y melena que le superaba los hombros, daba todo el perfil para que lo llamen Vikingo sin embargo se apodaba Valeria. Según la leyenda, cuando Valeria jugaba en la división Menores de 19, había formado una banda de rock metálico: Ofidios. Dicen los que tuvieron la mala suerte de poder escuchar Ofidios antes de su separación, que eran tan malos músicos que las botellas de cerveza explotaban horrorizadas cuando comenzaban sus shows. Pero le ponían un gran empeño. En la fiesta de fin de año del club se ofrecieron a tocar. En un primer momento la Subcomisión de Rugby no les había otorgado el permiso correspondiente porque consideraban que su género musical no era acorde con un acontecimiento familiar donde habría muchos padres y madres de las infantiles. Después de mucho insistir, y con el apoyo del capitán del plantel superior, se había aprobado la actuación.
Para Valeria, que en aquel entonces todavía era Lautaro Breza, tocar en la cena de fin de año tenía la misma trascendencia que concretar su primer concierto en el mítico estadio de Obras. Iba a subirse al escenario en su club, delante de sus amigos, con su banda de trash metal. "Vamos a sacudir el house, a volar las tribunas y a doblar los postes", amenazaba con su verborragia metálica. 
El sábado de la fiesta el baterista y el bajista amanecieron intoxicados. El viernes, bien entrada la noche, después de asistir a un recital de Los Demonios Neutrónicos en un antro de Isidro Casanova, habían estado comiendo hamburguesas en un puesto callejero de la Ruta 3. "Y con la cadena de frío no se jode", describía el Enano Gorostiza que contaba la anécdota, "y menos si son hamburguesas".
Lo cierto es que ese sábado al mediodía Lautaro Breza estaba desesperado. Con sólo media banda no se podría subir al escenario y se le diluía el sueño de rock star, porque en el fondo su anhelo no declarado era lucirse frente a las chicas de hockey, adhiriendo ciegamente, como evangelista a la Biblia, al mito de que los músicos ganan por obligación lo que otros mortales pierden por necesidad. 
Hasta que al Enano Gorostiza se le ocurrió una solución: para reemplazar al baterista y al bajista subirían al escenario el Tisca Ayala y Cambú Pereyra. Los dos, compañeros de la misma camada que Lautaro Breza y el propio Enano. Cuando Lautaro Breza apeló explicando que ninguno de los dos sabía tocar algún instrumento, el Enano lo tranquilizó. "Ponemos el demo que grabaron y hacen playback, boludo", le explicó. "Total, nadie se va a dar cuenta". Lautaro Breza dudó bastante pero finalmente accedió. "Vos no te preocupes que el sonido lo voy a manejar yo", lo tranquilizó el Enano. 

Llegó la cena y había una multitud. Ese año la primera división había luchado por el campeonato hasta las últimas fechas, cediendo recién en cuartos de final y esa campaña había generado una presencia superior a la normal en los festejos de fin de año. La cancha uno del club estaba impecable. En uno de los ingoales se erguía amenazante el escenario donde después de los postres subirían los Ofidios a masacrar los oídos de la familia anselmista. Había montones de infantiles corriendo entre las mesas que ocupaban toda la superficie de la cancha, las camareras repartían calentitos manejando la bandeja como equilibristas de circo entre los grupos de personas que conversaban acaloradamente bajo el cielo estrellado del verano. Varios veteranos ya se habían acodado en la barra de bebidas alcohólicas y liquidaban a paso redoblado whisky, gin tonic y otras delicatessen.Los jugadores de la primera corrían de un lado para el otro, como responsables organizadores de la cena, sin dejar detalles librados al azar. 

Después de la actuación de los Ofidios, se entregaría el Cap. El Cap era un premio que se entregaba cada año al jugador que haya representado mejor los valores deportivos del San Anselmo, siguiendo las tradiciones de su viejo antecesor inglés, el Saint Anselm’s Athletic. 
Lautaro Breza, el Tisca y Cambú se encontraron con Lagarto, el miembro sobreviviente de Ofidios, y después de presentarse ingresaron al vestuario para vestirse de roqueros. Lautaro Breza en aquel entonces era delgado pero tenía la misma melena colorada que mantuvo a pesar del paso de los años y su compañero de banda parecía un puercoespín, con los pelos parados y alfileres de gancho a modo de aros en las dos orejas. Para que el Tisca y Cambú tomen la misma apariencia, el Enano Gorostiza había alquilado dos disfraces de motoqueros norteamericanos, con camperas y pantalones de cuero y pelucas de pelo negro largo hasta la cintura. Cuando terminaron de producirse y se miraron al espejo parecían recién emergidos de las profundidades del averno.

El capitán de la primera división los presentó destacando que la banda estaba formada por jugadores de las divisiones juveniles del club. Lautaro no podía más de los nervios. Habían pactado tocar solamente dos temas, los que tenían grabados en el demo, y actuar la interpretación. "Incluso van a sonar mejor que si tocan de verdad", lo había animado el Enano. 
Los Ofidios subieron al escenario recibidos con el aplauso entusiasta de toda la multitud anselmista. Lautaro Breza cerró los ojos y se dijo que ya estaban jugados, los miró a sus compañeros y les dijo, "A roquear, a volarles la peluca a todos", y el primer riff estridente pareció eyectar las porciones de pizza fuera de los platos. 
Actuaron durante casi un minuto mientras los parlantes estaban por hacer cortocircuito. Los acordes saturados y distorsionados acoplaban con el equipo de sonido y cada tanto un chillido eléctrico que lastimaba los tímpanos se colaba entre la música pesada de Ofidios. Lautaro Breza cantaba a punto de desgañitarse. Su voz, grabada en el estudio, era semejante a una gárgara larga de orangután, al quejido de un oso polar parado en un iceberg en pleno proceso de deshielo. Desde arriba de escenario observaba, entre sacudón de cabeza y de mechas pelirrojas, batidas como una hélice, que todos sus compañeros de división se empujaban entre ellos saltando en un pogo descontrolado. 

Entonces, cuando Lautaro se sacudía espásticamente haciendo los cuernos diabólicos con su mano derecha a punto de alcanzar un orgasmo musical  el Enano Gorostiza, el maldito Enano Gorostiza volvió a hacer de las suyas y en un enganche digno de los mejores DJs de Ibiza, de pronto hizo surgir de los bafles la voz chillona de Valeria Lynch berreando “Que ganas de no verte nunca más, que ganas de no verte nunca más”.
A Joaquín Iturrieta le dolían los abdominales de tanto reírse. Se tuvo que secar las lágrimas y tomar un vaso de agua para recuperarse. El Enano Gorostiza se divertía contando su maldad como si lo estuviese disfrutando por primera vez. Valeria los miraba resignado, acostumbrado a tener que pasar por el oprobio del recuerdo cada vez que alguien nuevo se sumaba al grupo.

Desde aquella noche, todos se acuerdan claramente que el año en que San Anselmo perdió en cuartos de final fue el año en que tocó Valeria. Nadie tiene muy claro ya a quién fue que finalmente le otorgaron el Cap.
Los narradores se dieron un respiro para recuperar energías y después de pedir un café cortado y un alfajor de chocolate, T-Rex aclaró que tenía una anécdota superior. Para ese entonces, la sobremesa de los Anselm’s Vets era una ronda de tipos con vasos en la mano consumiendo alcohol sin reparos y sin pensar que al día siguiente tendrían que ir a trabajar. Joaquín se sintió muy a gusto y se dispuso a escuchar la siguiente historia.
-¿Joaquín, ubicás al entrenador de Zeke, el que se llama Cintio? Todos creen que su nombre es el masculino de Cintia, pero convengamos que los padres tienen que ser muy hijos de puta para ponerle a un pibe Cintio. Bueno, nada que ver, los padres son dos panes de dios y el chico se llama Ian Brundie, o sea es más inglés que la Abadía de Canterbury. 
El Cintio viene de una deformación de Sin Tío y surgió en un fin de semana largo que no había partido en el club por un feriado, en un viaje familiar al campo. 
Los Brundie son oriundos de Las Rosas, una ciudad de la provincia de Santa Fé donde se instalaron muchos ingleses; por eso se llama Las Rosas. Los escoceses llamaron Los Cardos al lugar donde se afincaron, y los irlandeses lo bautizaron El Trébol. Si revisás el mapa vienen una al lado de la otra, en el oeste de la provincia, en lo que llaman la pampa gringa. Ante la sorpresa de Joaquín que nunca había reparado en la relación de los nombres de esas ciudades con los símbolos de cada colectividad, el Enano Gorostiza le palmeó el hombro y acotó: -Los putos se establecieron en Las Parejas. 
Cuando la risa generalizada por la ocurrencia del Enano se acalló T-Rex continuó narrando-Ese fin de semana se iban a reunir todos los Brundie en la estancia familiar de Las Rosas porque cumplía noventa años la tía Maggie. A los padres de Cintio se les ocurrió llevar al tío Georgie, que estaba internado en el Hogar Anglicano que está acá cerca, en Devoto, por la avenida Segurola.
Las enfermeras les advirtieron que llevarlo era muy riesgoso porque el viejo estaba más cerca del arpa que de la guitarra, pero viste como son los ingleses: que no podemos dejar al hermano sin visitar a la tía Maggie en su cumpleaños, que tal vez sea la última oportunidad en que se vean, y patatín patatero. 
Y se lo llevaron nomás. El viejo se bancó el viaje y el asado de campo. Sobrevivió el viernes y el sábado. En la madrugada del domingo se murió. 

El padre de Cintio fue hasta el pueblo para reportar la muerte del viejo y averiguar cómo se hacía para trasladar el cuerpo. Te imaginarás el pueblo un domingo a la mañana en el medio de un fin de semana largo. No andaban ni los gatos por la calle. Para colmo de males, los documentos de George Brundie habían quedado en el geriátrico.
Hablaron con el comisario y les recomendó que lo más práctico era llevarse al viejo para Buenos Aires y reportarlo muerto en la Capital. 
Ponete en los zapatos de esos pobres cristianos, disimulando con la tía Maggie, que andaba buscando a su hermano Georgie para regalarle un ramito de flores que había cortado en el prado, mientras iban acomodando el cadáver del viejo en la caja de una F-100 para traerlo hasta Buenos Aires. 
Le tiraron arriba cuatro barras de hielo, lo envolvieron con varias frazadas, lo cubrieron con fardos de alfalfa por si los paraba la Caminera y cerraron la caja con una tapa de metal. 
Salieron de Las Rosas lo más rápido posible, antes que Uncle  Georgie  empiece a emanar olor a podrido. Casi ni alcanzaron a despedirse de la tía Maggie que insistía en ir todos juntos a misa para pedirle al Pastor Jenkins que bendiga a la familia Brundie por completo. El viejo George se perdió la oportunidad de asegurarse la entrada al paraíso en alfombra roja por ansioso, por no poder esperar medio día más.
Con todo ese quilombo no habían tenido tiempo ni de desayunar así que volvían a Buenos Aires muertos de hambre. Pararon en Cañada de Gómez a almorzar en una estación de servicio así evitaban tener que hacerlo en Rosario o en la ruta 9 que son más transitadas. ¡Tené en cuenta que llevaban un fiambre en la caja de la camioneta! Comieron algo rápido, un sanguchito, unas boludeces, unas galletitas. No habrán estado más de veinte minutos y cuando salieron- y T-rex hizo una pausa intencional para condimentar el relato con una dosis de suspenso- cuando salieron…¡podés creer que les habían robado la camioneta! ¡Con el viejo adentro, obviamente! 
Y nunca más aparecieron, ni la camioneta ni el tío Georgie. Encima, después el seguro no se las pagó. 
Así que el pobre Ian Brundie se quedó Sin Tío y después se acriolló a Cintio. 

Todos se regocijaban como si fuese la primera vez que contaban estas historias, que Joaquín imaginó que irían pasando de quincho en quincho en cada tercer tiempo y cada día con algún agregado nuevo que las distorsionaba pero al mismo tiempo las institucionalizaba hasta transformarlas en tradición oral del club; y que sobre todo servían como herramienta fantástica para pasarla bien y olvidarse del resto de las cosas por un rato. 
-¡Vos te imaginás la cara de los chorros cuando abrieron la caja y se encontraron al muerto!- reflexionó Valeria, que pasados los cuarenta, ya había dejado de aullar en los escenarios desde hacía rato y administraba una casa de tatuajes y compra y venta de discos de bandas underground en una galería de Avenida Cabildo.
De a poco Joaquín Iturrieta estaba convenciéndose de que este experimento de T-Rex no solo le estaba haciendo muy bien a Ezequiel, sino que él estaba sacando un provecho que hasta el momento no había previsto.

-¿Che, y a mí como me van a decir?- preguntó Joaquín a la mesa de veteranos.
-No flaco, esto no es así- le dijo el Enano Gorostiza poniéndose serio- acá no se deciden apodos en una mesa de restaurant, los apodos hay que ganárselos en el fondo, en el entrenamiento, en la cancha o en una gira. No seas ansioso que esto recién empieza. Todavía no estás completo. Recién cuando tengas tu apodo vas a poder decir que jugás al rugby. 


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